I am now living the life of my dreams
in an easy and relax manner,
in a healthy and positive way
in its own perfect time
for the highest good of all.
Marc Allen 1997
El momento era oportuno, mi negocio en marcha, según yo mi matrimonio bien también, ambos por cumplir quince años, mis hijos de 11 y 9 años, aparentemente todo bajo control y dispuesto.Yo a punto de 39, pensando librar la crisis de los cuarenta con un merecido año sabático, el segundo de mi vida, el primero había sido hace 20 años… decidí que ya era tiempo de otra pausa en el camino.
Se alinearon los astros, crucé la atmósfera conocida, escapé de la órbita trazada y partí con rumbo a lo desconocido. Así podría explicar cómo fue posible nuestra aventura en California. 1997-1998 fueron años increíbles y extraordinarios para vivir en ésta era, y vivir en Del Mar fué de fantasía, el colmo de la buena suerte. Uno más de mis privilegios inmerecidos. Les cuento como fue que sucedió:
Con el favor y complicidad de mi anterior y consecuente esposa, fue que se fue acomodando la circunstancia apropiada para despegar… nunca es el momento ideal, ni se da la situación perfecta, y el costo o beneficio no se sabe hasta que se sabe… a tiempo pasado. Pero eso es lo emocionante de vivir con una dosis sana de incertidumbre e inconsciencia.
Es asombroso cómo se van dando las cosas cuando visualizas un propósito y vas decidiendo con claridad en una dirección dada. Si eres capaz de imaginarlo bien, eres capaz de hacerlo también. “Begin with the end in mind”. Ahora ya lo entendí mejor y me pasa siempre que me propongo algo con convicción o permito que algo suceda de forma natural.
Lo planeamos con dos años de antelación y lo anunciamos con un año de anticipación, al tiempo justo que decides que ya no hay vuelta atrás. Esos dos momentos son críticos para que algo suceda conforme a lo proyectado.
La fecha llegó puntual e inevitable. Volamos a San Diego con cuatro maletas pesadas y cuatro leves expectativas. Pero nunca imaginé lo que iba a significar ese viaje en mi perspectiva de vida. Aterrizamos en una realidad diferente en donde el paisaje, el aire, el ambiente, la cultura era de otro mundo, uno mucho más avanzado, bien ordenado y por lo tanto civilizado. Las costumbres de vida eran otras muy distintas a las acostumbradas en el resto del planeta conocido. El contexto era ideal para encontrar lo que estaba yo buscando sin saberlo.
Dos años antes hicimos el scouting de posibles lugares para salirnos de México, había que considerar varias cosas claves: la escuela pública del distrito, la cercanía al mar, aire limpio, buen clima, tranquilidad y libertad de movimiento ( seguridad), gente decente y entendida, buena dicción de inglés, población demócrata, cultura avanzada. Todo y más de lo que buscábamos lo encontramos en Del Mar, después de haber recorrido toda la costa oeste de California, pueblo por pueblo, playa por playa, escuela por escuela, ciudad por ciudad, desde San Diego hasta San Francisco. Antes habíamos ido al otro extremo, Miami, y no encontramos lo que después supimos que estábamos buscando y si encontramos en Del Mar. “Life quality within walking distance without the snub noise”.
Nuestra residencia estacional, estuvo justo en donde debía estar: 111 Eleven Street Del Mar CA. una increíble dead end street que descendía de una panorámica colina directo al imponente Océano Pacífico, y desembocaba a una exclusiva y extraordinaria playa de surfers, a unos cincuenta pasos de distancia de nuestra casa, justo al otro lado de las vías que transitaban sigilosos los legendarios trenes Coast Starlight y Pacific Surfliner de Amtrak.
En las noches sin luna, el cielo lucía asombroso de estrellas, un espectáculo que se apreciaba pleno gracias a que no existía en “Old Del Mar” alumbrado público que nublara la visión profunda. Eso sí, para disfrutar una caminata de noche, se necesitaba linterna o en su caso luna llena. En una ocasión, recién llegados, cuando me enteré que no había luz en la colonia fue cuando salí a la calle a buscara a mi hijo Diego que no regresaba de casa de un vecino amigo. Apareció al poco tiempo, de entre la tenumbra, doblando la esquina con gesto de apuro. Se me iluminó la cara de alivio y los dos aprendimos del sentido abrumo, que en esas latitudes atardece temprano y se hace presente la bruma oceánica. Y si no sale la luna, no se ve nada allá afuera.
Al día siguiente, extrañado por la falta de alumbrado pregunté a mi conocido cartero la razón de la incomprensible obscuridad en un pueblo tan avanzado. La respuesta fue sorprendente para mí : La comunidad se había opuesto desde siempre a alumbrar las calles; con el fin de no ahuyentar a la diversa y nutrida fauna local: zorrillos, mapaches, ardillas, roedores, murcielagos, buhos, serpientes y de más bichos nocturnos Ahí, la gente civilizada, desde entonces cuidaba el impacto ambiental de la agresiva iluminación urbana y otras sonoras molestias del supuesto desarrollo urbano.
Con dicha inteligencia comprendida, disfruté en adelante de mis caminatas bajo la azulada y nebulosa luz de la luna en del mar, acompañado del silencio sereno del ambiente natural y sus entonadas olas reventando al ritmo de mi inspirada respiración. Acentuando así el misterio de los nobles cedros silueteados con evidente intención estética sobre el horizonte del pacífico americano. En particular saliendo por la solitaria tras calle de la casa, en camino al borde de la costa, en esos paseos se retrataban mágicas escenas de película extranjera.
Aprendimos a no extrañarnos de casi nada, eran tiempos extraordinarios: La televisión seguía siendo el medio más visto y lo que por ahí se veía era inverosímil pero en apariencia real: Recién llegados salió una nota de que muy cerca de donde vivíamos, en Rancho Santa Fe, sucedió un suicidio colectivo. El líder de una secreta secta ovni, convenció a sus treinta y nueve creyentes de que sus almas podrían salvarse en una nave espacial que venía detrás del cometa Hale-Bopp. La muerte les llegó a todos acostados sobre unas literas dispuestas estratégicamente y a bajo de unas mantas negras bien tendidas. La causa fué una sobredosis de un barbitúrico llamado fenobarbital mezclado con zumo de manzana y vodka.
Al poco tiempo nos enterábamos que Gianni Verssace era asesinado en la reja de su casa en Miami Beach. En Beverly Hills. Oj Simpson era declarado culpable de asesinar a su mujer blanca y acto seguido La princesa Diana de Gales, perseguida por unos morbosos paparazzis, se mataba en un aparatoso choque abajo de un paso a desnivel en París. Encima, del otro lado del mundo, moría de muerte natural la Madre Teresa de Calcuta un día antes de los funerales de Lady D.
Por otro lado era de notar la extravagancia de las noticias políticas del momento, ya que la sociedad norteamericana se encontraba en medio de un debate nacional sobre si la mancha en el vestido de Laura Lewinsky era semen del presidente Clinton, o de alguien más. Al final de ese año en Japón, se acuerda el inédito Protocolo de Kioto sobre el cambio climático, mientras 685 niños son hospitalizados, víctimas de ataques epilépticos, por haber visto un episodio de Pókemon. Otra de sectas fue la de la taiwanesa Chen Tao, quien anunció que a las 0:01 h, el dios Yahvé se podría ver en el canal 18 en todos los televisores de Estados Unidos, dando así inicio al fin del mundo. No fue asï. Punto y seguido…en Los Ángeles , dos días después del fallecimiento del gurú peruano Carlos Castaneda, autor de los libros nahuales, desaparecen sus cinco seguidoras y amantes principales: Florinda, Taisha, Patricia, Kylie y Talia, para seguir un pacto de suicidio en el desierto. Y así sucesivamente todas las semanas aparecían, en la tele o en la prensa, nota tras nota una más roja o más loca que la otra.
Al mismo tiempo en México, se iniciaba el principio del fin de la dictadura oficial: el PRI perdía por primera vez en 68 años la mayoría en la cámara de diputados y yo desde el primer mundo ni me inmutaba.
En USA, era la época de los audaces dot com, y las ganancias de la bolsa. El ambiente en California era de fantasía y para los locales muy rentable.
Mis días eran asombrosos; temprano en la mañana después de despedir a mis hijos subiendose al precavido y puntual autobús amarillo, me enfundaba en mi termoelástico wetsuit azul profundo, abrazaba orgulloso mi tabla de surf y me metía temerario e inconsecuente, a encontrarme con algunos vecinos al otro lado de la línea de rompeolas. En una mañana de entre semana, podíamos estar ahí esperando a la ola perfecta, una docena o más de surfers locales, todos menos yo, diestros en el arte de deslizarse en lo alto de la marea. Mi ola ideal siempre tardaba en llegar bastante más que la de los demás, y cuando por fin lograba subirme a mi desequilibrada tabla amarilla, me sentía flotar feliz, volando audaz sobre el reflejo azul del cielo en movimiento.
De regreso en casa, normalmente compartía un desayuno americano con Varenka y comentábamos casuales sobre la evidente fortuna y las fortuitas situaciones vividas, mientras nos acostumbrabamos a disfrutar la vista y la vida desde nuestra increíble realidad pasajera. Alrededor de mis 10 am, me conectaba al trabajo en México, con dos horas de ventaja, vía un aún lento e inestable internet y por medio de un nervioso modem externo de última generación, gracias al cual milagrosamente se podían ya enviar, con paciencia eterna, documentos o imágenes anexos en correos electrónicos o faxes que no pesaran más de dos megas, que ya era mucho decir. Gracias a mis consecuentes colaboradores del despacho, a mis once treinta y a sus correspondientes nueve treinta, normalmente quedaba yo libre de ir a tomarme un expresso a la cafetería del barrio, en donde en t shirt y jeans me encontraba de nuevo a algunos de los surfers mañaneros y a otros parroquianos en shorts y colgados de sus móviles nokia o ericsson emprendiendo negocios punto com a distancia, moviendo sus acciones del pesado Dow Jones al veloz y vigoroso Nasdaq. Al parecer todos los ahí presentes bien vivían de lo que ganaban de la bolsa, menos yo, que nada más la echaba.