jacuzzis

Existe también gente con jacuzzi en su departamento de la Planetario Lindavista, algunas de estas además, con su tiempo compartido en Acapulco, junto con centenas de otras familias parecidas, en desiguales condominios con albercas desoladas y jacuzzis asoleados. Sin mar enfrente, pero con derecho a brazalete de acceso a un apretado club de playa, a diez minutos de acalorada distancia en coche apenas acondicionado al clima.

El jacuzzi antes mencionado, de no menos de cien litros de agua enardecida por el boiler de paso y recién salida del negro tinaco compartido. Hidroterapia metida entre espejos, apenas en el baño de la recámara principal, igual que en varios otros departamentos de aquella privada conocida. Un lujo que se antoja extravagante, pero la verdad es que, para quien lo goza es una merecida ventaja, al fin y al cabo, bien o mal pagada.

Gente abusada que presume bonanza y aprovecha que el consumo de agua está incluido en la cuota de mantenimiento, igual para todos, con o sin derroche del vital fluido a borbotones desbordado en la presumida tina de hidromasajes. Abusando así del placer obtuso de gastarse el agua ajena a su ancha y regalada gana.

Regresando a lo de Acapulco…Las soñadas vacaciones obligadas, dos veces al año al mar, se convierten en una pesadilla, ya que implica endrogarse más de lo normal, más un impagable sacrificio financiero y un esfuerzo sobrehumano por sobrellevar a la señora y su familia unida; toda junta, al mismo tiempo a dentro de un cuadrado espacio de setenta metros cuadrados. Y encima sobrevivir con el ojete síndrome de abstinencia, por la falta de tomar y fumar lo suficiente, culpa de las absurdas reglas de las áreas comunes, club de playa, albercas, y sobre todo, a los malos ojos y actitud de la suegra enjaretada.

La eterna migraña que te acompaña a la playa y encima nadie para ayudarte siquiera a cargar la hielera, llena de gaseosas familiares para grandes y chicos, todos ya igual de obesos. Ya instalados todos justo a la orilla de las olas, abajo de un toldo de setecientos varos el día, precio siempre de temporada alta, incluidos por supuesto: dos cansados camastros, una mesa medio coja y cuatro sillas disparejas.

El domingo transcurre caótico y católico como es de esperarse. A Sol pelado, arena hirviendo y olas revolcadas de gente chapoteando. Los padres y las madres a grito sordo azuzando a sus escuincles mocosos para que no se metan a lo hondo. Desquiciados estos, con cubetas fluorescentes acarreando agua a la fosa del castillo, ampulados ya sus cachetes de tanto sol obsceno, sin bloqueador que aguante tanto rayo ultravioleta.

De vuelta al jacuzzi en casa, supongo que no hay mayor placer que estar de regreso encerrado en tu baño, sumergido en chorros de agua no renovable. Relajado con una cuba cargada y un cigarro en mano, con el placer del deber cumplido, soñando entre líquido amniótico con la próxima escapada al mar, pero ahora, dios mediante, sin las criaturas malcriadas y con una señora más buena y complaciente.

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