sufragio efectivo

Había una vez en un país lejano del primer mundo, un viejo necio aspirante a tirano popular.

En apariencia, el pueblo globero, ahora en vías de globalización, lo aclamaba porque estaba harto del sistema en régimen y de los abusos públicos de la mafia en el poder. La desesperanza y la inercia lo postulaban como irremediable ganador electorero.

La fiera contienda política se daba rabiosa, como era de esperarse en cualquiera lucha por el poder absoluto. La triste historia era que ni éste, ni ninguno de los otros dos candidatos, servía a la imperiosa urgencia de poder progresar. La mentada alternancia de la disfuncional democracia operante había resultado un acto perverso de turnarse la ubre del obsceno botín ganado.

Cuando al fin llegó la fecha de preñar las urnas y desembarazar las preferencias, se gestó y destapó lo que en el fondo y en secreto deseaba la enorme mayoría.

Nunca antes hubo tan poca abstinencia electoral. El setenta por ciento del padrón, inesperadamente se presentó a ejercer su derecho ciudadano y a su vez el setenta por ciento de éste mismo porcentaje, anuló con saña y crayón negro su valioso voto constitucional.

Resultando así, para sorpresa de las militantes minorías, una elección anulada por las agraviadas mayorías. Penosamente el otro treinta por ciento de los votos se repartió a partes iguales entre los ambidiestros partidos institucionales.

Fue así que, felizmente al fin, explotó el pueblo explotado. Por la buena, los buenos le ganaron a los malos y se forzó al corrupto sistémico sistema, a rendir cuentas, a la ahora resistencia civil organizada.

No es poca cosa el libre sufragio efectivo, cuando nos han hecho creer con violencia, que la única opción pacífica, es votar por alguno de los mismos parásitos de siempre.

Y colorín colorado éste cuento apenas y a penas ha comenzado.

F I N

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