la dicha esa

Señor que libera a su señora en casa, sin condición alguna, de toda labor doméstica.

El primero siempre disfrutó lavar platos, pero lo abandona cuando la segunda se lo quizo imponer con discreciónPor motivo de tal indiscreción, se sintió obligado y a casi olvidar lo de los trastes, hasta que un buen día en casa, sin razón alguna, usó un tiempo perdido en la dichosa faena esa.

Estaba solo y solaz en eso, cuando cayo en cuenta de tanto que había perdido por no haberse remangado las mangas más a menudo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *