sobre la arena

Con cariño y admiración a Mario Saltiel y Mick Jagger.

Nos amanecimos después de una incómoda pernocta en tren, mal dormidos a tramos cortos del largo viaje VENEZIA – WIEN, tirados sobre nuestras mochilas apostadas en un aleatorio paso del vagón trece al catorce. Llegamos a Viena, bien desvelados, en ayunas pero con la ilusión de descubrir una importante ciudad imperial, en la ribera del Danubio de Strauss.

Era verano del penúltimo año de preparatoria, llevábamos ya casi un mes viajando por Europa, y como quiera, habíamos ya sorteado todo tipo de acertijos extranjeros, pero ésta fue una escala insufrible, desde que paramos en la estación se sentían las hostilidades de los antiguos ávaros, no había ni a quién preguntar direcciones, nadie pelaba y el austriaco de esa época ni de milagro te hablaba inglés y mucho menos español.

El supuesto plan consistía en ubicar un hostal que nos había recomendado algún otro mochilero, dejar las mochilas, posiblemente bañarse, desayunar por ahí un huevo duro y aventurarse en la historia y costumbres del lugar. Nada de eso fue posible, el episodio vienesiano fue intraducible, intragable, inhóspito. Nunca encontramos la mentada dirección del hostal, a pesar de la ubicuidad guguleana de mi compa de vida y viaje y por culpa de la crónica perdidez del extraviado que les cuenta.

Sin duda, ahí no había nada que hacer, no pudimos traducir ni huevo para pedir de comer, queríamos irnos lo antes posible de retache a la estación. El siguiente tren que nos acomodaba era a Barcelona, y ese sería por urgencia y casualidad nuestro próximo destino.

El protocolo fue el acostumbrado: Subirse al tren por la parte de enfrente, buscar un compartimento libre en primera clase e instalarse ahí, ilusos, a pretender soñar con nuestro Rail pass de clase equivocada, esperando que el boletero en turno dilatará en llegar y nos descubriera como polizones de segunda.

El ponchador de boletos se apareció puntual antes de lo deseable y nos señaló enfadado el fondo del vagón, nosotros sin alegato, con cara de circunstancia, arreamos enmochilados paratrás, nos movimos apáticos hasta que encontramos un hueco con ventana, en un pasillo muy animado por una tribu de la región y quienes al poco tiempo nos enterarían del inédito concierto pasado mañana en Cataluña.

La emoción del pasaje era contagiosa, y no era para menos. Ni más ni menos que Los Rolling Stones se presentaban por primera vez en España, finalmente, justo poco después de la muerte del dictador Franco.

La juventud española empezaba a desatarse, la sensación de libertad estaba cautiva en la atmósfera, la expectativa era increíble. Nosotros no teníamos ni idea de lo que significaba ese primer gran concierto ingles en ese entonces muy persignado país castellano, ni de la increíble suerte que nos había llevado a ese tren milagrosamente entonado. -” iucan olgüeis get guatiu guant… bot ifyu traiguan deyyyy…. Yuget guat iu nid.”-

Al poco tiempo ya nos habíamos congregado en ese feliz vagón, todos los que llevábamos el mismo cantado destino, ninguno que hubiéramos visto con boleto, pero todos con la esperanzada convicción de llegar a la fila y conseguir entrada general.

Ahí mismo conocimos a un cuarteto de sajones ya bastante encarrilados, mismos con los que por casualidad, en 24 horas más, entraríamos desde toriles a empujones al redondel de la Monumental Plaza de Toros de Barcelona.

Me acuerdo de uno en especial, le decían Rudy, el que más prendido andaba, un menudo vikingo con rastros de gitano pero güero, con greña abundante y arracada, como muchos de los escasos jóvenes que se veían en esa Europa de los setentas. Rudy se veía además ya algo desorbitado, pero con mucha pila, se perdía a momentos durante el viaje hasta que ya no lo vi más en el vagón.

Llegando nos fuimos directo, en procesión, a formarnos a la taquilla. Seis horas después ya estábamos entonces en la cola de entrada, con el histórico boleto de 900 pesetas en mano.

    

Ese memorable 11 de junio de 1976, al cuarto para las cuatro de la tarde, se abrieron las puertas del cielo para los que tenían asiento numerado en sol y en sombra, y cerca de las cinco entramos en manada los de entrada general, los parados, los que no pararíamos de rockear sobre la incansable arena movediza de ese día inolvidable.

Recuerdo el alucinante asombro de estar vivo en ese explosivo espectáculo humano. Hechizado, en medio del único momento existente, en el centro del universo con la adrenalina a todo, trastornado por lo que ahí estaba a punto de estallar.

Ya atardeciendo entraron a escena unos entusiastas telonero a pretender prender a la multitud ya encendida, el ambiente estaba por demás eufórico, no hacía falta más, ya solo faltaba lo que faltaba.

Con el último rayo de sol, las primeras estrellas y los estruendos de las bocinas marcando un remedo de pasodoble militar, apareció de la nada el dios del rock, el mismísimo Jefe Jagger y su corte imperial Keith Richards, Charlie Watts, Ronnie Woods, ahí en vivo y a todo volumen “Sus Satánicas Majestades”.

Justo después de la potente primera rola, de enfrente se voltea un agitado fulano y me pide con gesto de auxilio que siga arrastrando a un desvanecido que el enfilaba hacia mi. Jalé el bulto de las botas para seguirlo pasando y cuando asomó una cara pálida debajo de entre la concurrencia, de golpe reconocí a Ruddy, totalmente pirado, sin rastro de conciencia pero con una marcada sonrisa llena de arena. Apurado por la inminente segunda rola, con la pena y sin culpa, lo encargué atrás al siguiente samaritano en turno y así, a  jalones solidarios, vi como se perdía camino al túnel de salida, hasta que, otra vez… ya no lo volví a ver.     

Lo que pasó después dentro de esa plaza naturalmente alucinada, fue un verdadero trance de éxtasis colectivo, las rolas se sucedían sin tregua, abriendo con «Honky Tonk Woman»,siguiendo con lo que se perdió Ruddy y todos los que se quedaron afuera… «Angie», «You Can’t Always Get What You Want», » It’s Only Rock And Roll (But I Like It)», «Brown Sugar», «Jumping Jack Flash»  y varias más hasta cerrar cuatro horas después con “Street Fighting Man”.

El concierto se había anunciado como el último de la banda más popular del planeta. Fue para mi un privilegio inmerecido, como otros pocos de los que me precio haber vivido, fue algo tan extraordinario, tan afortunado…. que hasta ahora lo cuento sin modestia.

F I N       

http://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario/40-anos-del-primer-concierto-rolling-stones-barcelona/3631325/

https://www.dirtyrock.info/2016/06/40-aniversario-del-primer-concierto-los-rolling-stones-espana-11-junio-1976-barcelona/

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