En una familia “normal”, la diversidad en preferencias distintivas puede llegar a ser notoria, es probable que en ese núcleo escencial se expresen y contrasten, o no, las diferentes naturalezas de sus elementos.
Por lo regular, en estos contextos, coexisten parientes diferenciados, que sus relativos tienden a etiquetar en el mejor de los casos cómo: mayores o menores, inteligentes o sensibles, bien o mal parecidos,
intro o extrovertidas, flojos o aplicados, rebeldes u obedientes, creativos o estructurados, espirituales o materiales; y por supuesto masculinos o femeninos o también afeminados o feministas, así como algunas otras combinaciones o fusiones posibles.
Estereotipos éstos genéricos que, comúnmente están marcados con prejuicio de género y circunstancia. Resulta entonces determinante para los prejuzgados, de ser el caso, el que sus arbitrarios progenitores sean inteligentes y consecuentes con sus naturales inclinaciones personales o normales desviaciones sociales.
La incógnita de portar con distinción el cromosoma XX o el XY, en principio revela el sexo pero no el género aparente o necesariamente. Pero, al tiempo y cuándo hubiera duda; una introspección reflexiva y translúcida entre los familiares, podría dilucidar y aliviar la genuina identidad, preferencia intima y expresión social sus individuos divergentes.
Y así las cosas, siendo inevitable no romper la norma, por congruencia y consecuencia, se descubre felizmente la propia y apropiada identidad genérica; consiguiéndose un bienestar común y un singular sentido de pertenencia, lo que sin duda facilita el libre pensamiento y el desarrollo progresivo de éstas valiosas y distinguidas personas.