Por la coladera

Había un buen hombre que caminaba cada día por la mañana empujando una carriola vacía, sin pasajero visible, desocupada. Iba siempre a paso apurado con convicción aparente de destino en mente.

Este señor maduro de apariencia ocupada, transitaba sin vacilar cómodamente tras su artefacto móvil, el cual manejaba con destreza para subir y bajar banquetas, doblar esquinas, atravesar boca calles, siempre con la confianza y seguridad de traer por delante la carriola.

¿Sería que éste hombre tuviera alguna discapacidad que requiriera de un soporte para andar? ¿Defecto que escondía tras de la singular andadera? ¿Si acaso un poco demente? ¿Falto de equilibrio?   O que estaba ya harto de lidiar con los malos conductores y usaba como defensa, como quien echa lámina para abrirse paso con la carriola en los forzados cruces peatonales de la periferia?

Cualquiera que fuera la razón, este hombre ya era conocido en el barrio que cruzaba a diario con sospechoso optimismo. Acostumbraba saludar educadamente a cuanto vecino se cruzaba, algunos pocos le regresaban el saludo de cortesía pero otros muchos recelosos le sacaba la vuelta cruzándose justos al otro lado, otros más, anticipando la rutina cerraban apresurados sus sahuanes.

Salía diario temprano entre semana de una avenida transitada, entrando oriundo a ésta tranquila colonia y al fondo de una calle cerrada se metía con su carriola a una discreta casa blanca.

Nadie sabia que hacia ahí el resto de la mañana pero a las 2 puntual salía de regreso rumbo a su desconocido origen, por supuesto empujando la carriola desocupada por la misma ruta conocida por todos.

La señora de la torteria cuenta que el desdichado vecino había perdido aquí cerca, cuando joven, a su bebe en una coladera que no vio abierta y se trago al crío que venía suelto en la carriola . Dice que desde entonces el infeliz empuja a diario su pena y no es que vaya hablando sólo sino con el bebe extraviado.

Yo en cambio sabía que lo de la coladera era un cuento.

F I N

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